¿El camino más derecho para derrotar a la izquierda?

Los acontecimientos en Turingia arrojan luz sobre la falta de principios de las élites burguesas de hoy y de ayer

30/03/2020
Gerd Wiegel & Jan Korte
No serán comunistas, pero son de izquierdas: el odio que les profesa una parte de la élite burguesa ha llevado a ésta a hacer un pacto con los extremistas de derecha de AfD.

Berlín no es Weimar, y Alternativa para Alemania (AfD) no es el Partido Nazi (NSDAP). Sin embargo, en vista de los acontecimientos que rodearon la elección del Ministro Presidente de Turingia con los votos de AfD, se despiertan inevitablemente ciertos recuerdos históricos.

La República de Weimar pereció debido a la escasez de demócratas. No quedó aplastada entre los extremos de la derecha y la izquierda, contrariamente a lo que repiten sin cesar hoy día quienes preconizan una determinada teoría del totalitarismo. En ese momento histórico, la reacción burguesa no quiso aceptar los resultados de la Revolución de Noviembre y buscó los medios necesarios para eliminar la indeseada república. Desde los Freikorps, que ahogaron en sangre el ímpetu revolucionario y asesinaron a sus figuras más emblemáticas, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, pasando por el Putsch de Kapp y la eliminación de los gobiernos de izquierda en los Estados federales de Turingia y Sajonia, hasta la creación de una alianza con el creciente NSDAP, la derecha conservadora no tuvo reparos en utilizar todos los medios a su alcance cuando vio que su posesión absoluta de la propiedad, el capital y el poder político estaba en peligro.

La solución fascista estaba ya en la mesa desde 1922, con el ejemplo de Italia, y el auge del NSDAP, especialmente durante la fase de crisis de la República de Weimar, abrió la posibilidad de contar con un “seguro adicional” en caso de que la presión social de la izquierda fuera demasiado grande. Cierto es que durante mucho tiempo el NSDAP no fue en absoluto el aliado preferido de la derecha burguesa para poner fin a la democracia. Sin embargo, cuando los gabinetes tradicionales y aristocráticos se mostraron incapaces de resolver la crisis de principios de los años 30 conforme a los deseos del bloque gobernante, y al mismo tiempo parecían perfilarse las primeras medidas para frenar el ascenso del NSDAP, se tomó la decisión de cooperar con los nazis en el gran tablero político. De hecho, las fuerzas reaccionarias alemanas habían aprendido una lección del fallido Putsch de Kapp de 1920: para establecer con éxito una dictadura y destruir el movimiento obrero se necesita una base social de masas, y desde principios de los años 30 era precisamente el NSDAP, entre los partidos de derecha, el que disponía de la base social más amplia.

Desde la perspectiva actual, no dejan de sorprendernos la arrogancia y la complacencia reflejadas en esa creencia de que sería posible contener y disciplinar al nuevo “aliado”, a pesar de que éste contaba con un apoyo popular masivo y nutridos escuadrones paramilitares capaces de librar una guerra civil. Los nazis no habían disimulado cómo imaginaban la abolición de la democracia, la aplicación de sus políticas antisemitas y etnonacionalistas y, sobre todo, el aplastamiento de la izquierda. Esto no era un problema para las fuerzas conservadoras, pero por otra parte éstas no se habían parado en pensar que los nazis tampoco renunciarían a sus ansias de poder absoluto frente a ellas.

¿Aprender del desastre?

Aludiendo a la obra de Marx “El 18 Brumario de Luís Bonaparte”, los análisis del fascismo que se han hecho desde la izquierda lo han descrito, por lo general, como una solución “bonapartista” adoptada por la clase dirigente en determinadas circunstancias. En definitiva, dicha solución consistió en que, para mantener su posición económica, la burguesía entregó el poder político al fascismo. El aplastamiento del movimiento obrero y la amenaza que éste representaba para la capacidad de la burguesía de disponer libremente del capital y de la fuerza trabajo fue el principal motivo impulsor de la alianza del conservadurismo de derecha con los nazis.

El conservadurismo burgués ha pagado un alto precio por esta maniobra de su ala derecha – en parte personalmente, pero sobre todo ideológicamente. Incluso hoy día, este grupo político no puede escapar al hecho de que es responsable, por lo menos en cierta medida, del traspaso del poder al régimen de Hitler. Una de las conclusiones a las que llegaron las fuerzas conservadoras después de 1945 fue la necesidad de adoptar una postura de anti-totalitarismo intransigente, verbalmente dirigido contra los “extremismos simétricos” de la derecha y la izquierda, pero que de hecho siempre ha considerado a la izquierda como a su enemigo principal.

Sin embargo, el conservadurismo sí ha aprendido lecciones importantes de su propio fracaso. La más importante fue ciertamente la plena aceptación de la república y la democracia, que finalmente se convirtió en el criterio básico para distinguir entre la derecha burguesa y la derecha radical. Incluso tras los acontecimientos de Turingia, esta orientación fundamental no se cuestiona. Ni la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) ni el Partido Liberal Democrático (FDP) se propusieron en ningún momento llevar al poder a un partido parcialmente fascista. Más bien, decidieron utilizar a AfD como una herramienta para evitar la formación de un gobierno de izquierdas no deseado.

El anticomunismo obviamente forma parte del ADN ideológico de una parte de la derecha conservadora.

Pero es exactamente aquí donde vale la pena echar un vistazo a la historia. Incluso hoy en día, resulta casi incomprensible la ingenuidad que mostró la derecha tradicional en su trato con el NSDAP. Al decidirse la composición del gabinete de gobierno de Hitler, se dice que el político conservador y ex canciller del Reich Franz von Papen afirmó: “En dos meses le habremos atado las manos a Hitler y empezará a chillar como un animal acorralado.” El concepto de “contener” a los nazis por medio de una mayoría conservadora en el equipo de gobierno no funcionó; en apenas unos meses la democracia fue eliminada, los miembros de la oposición al nazismo fueron perseguidos y asesinados, y se emprendió el camino de una política de guerra y de violencia.

Por supuesto, la AfD de Höcke no es el NSDAP, y en Turingia no se inició ningún intento de constituir un gobierno Höcke. Pero lo que llama la atención, habida cuenta de los antecedentes históricos, es la despreocupación con la que la FDP y la CDU utilizan la AfD de Höcke, de orientación etnonacionalista. La revalorización y la legitimación de una AfD protofascista en Turingia apuntan a una evidente incapacidad para aprender de la historia.

Aparentemente, en algunos círculos de la CDU y el FDP, el odio hacia un gobierno de izquierda (incluso moderada) es mayor que su reticencia a aceptar esta revalorización de la derecha etnonacionalista. Pero, una vez que se ha otorgado legitimidad a la AfD de Höcke, ya no hay obstáculos a la cooperación con ella. Obviamente, a los/as estrategas del FDP y la CDU no les ha importado que dicha maniobra fortalece precisamente la parte de AfD que representa una oposición radical al sistema y el camino hacia un cambio autoritario. Al igual que en los últimos días de la República de Weimar, el supuesto parece ser que la extrema derecha está bajo control y no supone una amenaza real.

“Lo principal es que se hayan ido los socialistas"

De hecho, la situación actual es fundamentalmente diferente a la de finales de la República de Weimar. El fascismo no está a las puertas, la democracia tiene instituciones y una base social sólidas, y los intereses de las facciones más poderosas del capital se promueven eficazmente por medio de la austeridad, las políticas neoliberales y la globalización. Pero inequívocamente están apareciendo grietas en este modelo y AfD es una expresión de un momento de crisis.

Pero, ¿qué futuro nos dejan entrever las maquinaciones de Turingia en caso de que se produjera  una situación de crisis real en Alemania? Obviamente, cabe prever que, en tal situación, algunos estamentos de la élite burguesa preferirán la solución autoritaria a cualquier “variante de izquierda”. El anticomunismo pertenece al ADN ideológico de esta parte del conservadurismo. “Lo principal es que se hayan ido los socialistas”, declaró a los medios de comunicación el ex jefe de la Oficina de Protección de la Constitución, Hans-Georg Maaßen, el día de la elección del ministro presidente de Turingia, resumiendo así las prioridades políticas de sus partidarios.

Quienes entregaron la república a los nazis en 1933 fueron políticos diletantes. Y son políticos diletantes los que derriban las barreras a una alianza con la extrema derecha en aras a la lucha por el poder dentro de sus propios partidos o por motivos de cálculo político. Cabe preguntarse cómo actuaría esa gente si surgiera una verdadera situación de crisis, con un partido radical de derecha preparado para tomar el poder, como en los últimos días de la República de Weimar.

Gerd Wiegel[1]

es asesor en materia de extremismo de derecha y antifascismo para el grupo del Partido de Izquierda (Linkspartei) en el Parlamento Federal alemán (Bundestag).

Jan Korte[2]

es diputado al Parlamento Federal alemán por el Partido de Izquierda y jefe de asuntos del grupo parlamentario.

Este artículo fue publicado por primera vez en: https://wirkommen.akweb.de/2020/02/gegen-links-sind-alle-mittel-recht/[3]

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